Era una simpática tortuga que vivía en las proximidades de un lago. Diariamente acudían garzas a saciar su sed en aquellas límpidas aguas. Poco a poco fue naciendo una estrecha amistad entre la tortuga y las garzas.
La vida discurría apaciblemente en esas silenciosas tierras entre un circo de elevados picos y un maravillosos lago en el valle. Pero las vicisitudes alcanzan a todos: seres humanos y animales. Ese año las lluvias no terminaban de llegar, ante la desesperación de la tortuga y sus buenas amigas. Así, implacablemente, el caudal del lago cada vez iba siendo menor. Poco a poco se iba quedando seco. Las garzas reflexionaron y llegaron a la conclusión de que era necesario tomar una decisión urgente o cabía riesgo de morir de sed.
¿ Qué decidieron nuestras inteligentes amigas?
Pues acordaron que era necesario emigrar a regiones húmedas y así lograr sobrevivir. Emprenderían el vuelo hacia otras tierras prometedoras.
¿ Pero acaso habían pensado en la tortuga?
No sabemos si hay en algún lugar tortugas que tengan alas y puedan volar, pero no era el caso de la tortuga de nuestro relato, que se quejó apenada: Vosotras tenéis alas y podéis ir a cualquier parte que os propongáis pero, decidme ¿ qué me espera a mí, que puedo yo hacer?
La tortuga se introdujo en su caparazón, pero sus sollozos eran bien audibles. Lloraba y lloraba desconsoladamente. Llegó la noche y el cielo se cuajó de rutilantes estrellas. Sólo se escuchaba el llanto de la tortuga y a su lado, desconcertadas, estaban las garzas. Se les partía el corazón al ver el desconsuelo de su amiga. Entonces, cuando ya el sol comenzaba a despuntar, tuvieron una idea tan luminosa como luminoso se anunciaba el día. Se iban a llevar a la tortuga con ellas.
¿Cómo?
Pues iban a coger un palo que sostendrían desde cada extremo con el pico y la tortuga se colgaría del mismo atenazándolo con la boca. ! Qué fenomenal solución!!
La tortuga dejó de llorar y, agradecida, se abrazó a las garzas. Eran momentos de alegría sin límite. Buscaron un palo adecuado y cada garza lo cogió con el pico por un extremo. La tortuga mordió el centro del palo. Así dio comienzo el viaje. Dos garzas y una tortuga planeaban por el cielo azul de las altiplanicies.
Cruzaron por encima de un pueblo y, al ver los animalitos, la gente exclamó: Mirad, mirad, qué tortuga tan lista, con qué destreza se agarra del palo!!
La tortuga se sintió henchida de orgullo. Las garzas ponían toda su atención en proseguir el viaje. Sobrevolaron pueblos y aldeas. La gente exclamaba deleitada:
!Qué tortuga tan inteligente!! ! Con qué habilidad se cuelga de la vara!!!
La tortuga no cabía en sí misma: tal era su vanidad. Aquellos elogios la hacían sentirse muy feliz e incluso se dijo a sí misma: " La verdad es que siempre he sido una criatura muy inteligente y sagaz"
Siguió el viaje. Entonces las garzas y la tortuga sobrevolaron un valle fértil, donde había un buen número de pacíficos campesinos. Miraron al cielo y exclamaron: ¡Ved, ved, no os lo perdáis ! Mirad que garzas tan sabias, tan sagaces, ten hermosas. ! Qué inteligencia la suya para poder transportar a esa tortuga!
¡Qué animales tan espléndidos, tan inteligentes, tan generosos, tan ocurrentes!
¡Qué garzas tan bellas y además bondadosas!!
La tortuga estaba indignada porque ninguno de aquellos campesinos profería un solo elogio hacia ella. Al contrario, era casi como si ella no existiera, y seguían exclamando maravillados: ! Qué garzas más fantásticas, que criaturas gráciles y bondadosas! Harta de tantos halagos a las garzas y herida en su orgullo, la tortuga gritó: !Necios!! ! Qué sabréis vosotros!
Al hablar, la tortuga soltó el palo e, inevitablemente, se precipitó a tierra. Chocó violentamente contra el suelo, el caparazón se hizo mil pedazos y su cuerpo quedó reventado.
El sabio declara: La vanidad es el pasadizo hacia la pesadumbre
1.9.10
17.2.10
Cuentos IX: El círculo del 99 (Jorge Bucay)
Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente, que como todo sirviente de rey triste, era muy feliz.
Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertar al rey contando y tarareando alegres canciones de juglares. Una gran sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.
Un día, el rey lo mandó a llamar.
—Paje –le dijo— ¿cuál es el secreto?
—¿Qué secreto, Majestad?
—¿Cuál es el secreto de tu alegría?
—No hay ningún secreto, Alteza.
—No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
—No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.
—¿Por qué estás siempre alegre y feliz? ¿eh? ¿por qué?
—Majestad, no tengo razones para estar triste. Su alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?.—Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar – dijo el rey—. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
—Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...
—Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.
El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos.
Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.
—¿Por qué él es feliz?
—Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.
—¿Fuera del círculo?
—Así es.
—¿Y eso es lo que lo hace feliz?
—No, Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
—A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.
—Así es.
—Y él no está.
—Así es.
—¿Y cómo salió?
—¡Nunca entró!
¿Qué círculo es ese?
—El círculo del 99.
—Verdaderamente, no te entiendo nada.
—La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.
—¿Cómo?
—Haciendo entrar a tu paje en el círculo.
—Eso, obliguémoslo a entrar.
—No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
—Entonces habrá que engañarlo.
—No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará, solito.
—¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
—Sí, se dará cuenta.
—Entonces no entrará.
—No lo podrá evitar.
—¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
—Tal cual. Majestad, ¿estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?
—Sí.
—Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!
—¿Qué más? ¿Llevo guardias por si acaso?
—Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.
—Hasta la noche.
Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey.
Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba.
Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía:
ESTE TESORO ES TUYO.
ES EL PREMIO
POR SER UN BUEN HOMBRE.
DISFRÚTALO Y NO CUENTES
A NADIE
CÓMO LO ENCONTRASTE.
Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse.
Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía.
El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados y entró en su casa..Desde afuera escucharon la tranca de la puerta, y se arrimaron a la ventana para ver la escena.
El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido en la mesa.
Sus ojos no podían creer lo que veían.
¡Era una montaña de monedas de oro!
Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él.
El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas.
Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas:
Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis... y mientras sumaba 10, 20, 30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: 9 monedas!
Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa.
“No puede ser”, pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.
—Me robaron –gritó— me robaron, malditos!
Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba.
Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro “sólo 99”.
“99 monedas. Es mucho dinero”, pensó.
Pero me falta una moneda.
Noventa y nueve no es un número completo –pensaba—. Cien es un número completo pero noventa y nueve, no.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que asomaban sus dientes..El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.
¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien?
Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta.
Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla.
Después quizás no necesitara trabajar más.
Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar.
Con cien monedas un hombre es rico.
Con cien monedas se puede vivir tranquilo.
Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.
“Doce años es mucho tiempo”, pensó.
Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello.
Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero.
¡Era demasiado tiempo!
Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comida todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender...Vender...Vender...
Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno?
¿Para qué más de un par de zapatos?
Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.
El rey y el sabio, volvieron al palacio.
El paje había entrado en el círculo del 99...
...Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche.
Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando y de pocas pulgas..—¿Qué te pasa? –preguntó el rey de buen modo.
—Nada me pasa, nada me pasa.
—Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
—Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente.
No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.
Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertar al rey contando y tarareando alegres canciones de juglares. Una gran sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.
Un día, el rey lo mandó a llamar.
—Paje –le dijo— ¿cuál es el secreto?
—¿Qué secreto, Majestad?
—¿Cuál es el secreto de tu alegría?
—No hay ningún secreto, Alteza.
—No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
—No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.
—¿Por qué estás siempre alegre y feliz? ¿eh? ¿por qué?
—Majestad, no tengo razones para estar triste. Su alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?.—Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar – dijo el rey—. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
—Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...
—Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.
El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos.
Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.
—¿Por qué él es feliz?
—Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.
—¿Fuera del círculo?
—Así es.
—¿Y eso es lo que lo hace feliz?
—No, Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
—A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.
—Así es.
—Y él no está.
—Así es.
—¿Y cómo salió?
—¡Nunca entró!
¿Qué círculo es ese?
—El círculo del 99.
—Verdaderamente, no te entiendo nada.
—La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.
—¿Cómo?
—Haciendo entrar a tu paje en el círculo.
—Eso, obliguémoslo a entrar.
—No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
—Entonces habrá que engañarlo.
—No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará, solito.
—¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
—Sí, se dará cuenta.
—Entonces no entrará.
—No lo podrá evitar.
—¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
—Tal cual. Majestad, ¿estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?
—Sí.
—Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!
—¿Qué más? ¿Llevo guardias por si acaso?
—Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.
—Hasta la noche.
Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey.
Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba.
Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía:
ESTE TESORO ES TUYO.
ES EL PREMIO
POR SER UN BUEN HOMBRE.
DISFRÚTALO Y NO CUENTES
A NADIE
CÓMO LO ENCONTRASTE.
Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse.
Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía.
El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados y entró en su casa..Desde afuera escucharon la tranca de la puerta, y se arrimaron a la ventana para ver la escena.
El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido en la mesa.
Sus ojos no podían creer lo que veían.
¡Era una montaña de monedas de oro!
Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él.
El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas.
Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas:
Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis... y mientras sumaba 10, 20, 30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: 9 monedas!
Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa.
“No puede ser”, pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.
—Me robaron –gritó— me robaron, malditos!
Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba.
Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro “sólo 99”.
“99 monedas. Es mucho dinero”, pensó.
Pero me falta una moneda.
Noventa y nueve no es un número completo –pensaba—. Cien es un número completo pero noventa y nueve, no.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que asomaban sus dientes..El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.
¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien?
Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta.
Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla.
Después quizás no necesitara trabajar más.
Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar.
Con cien monedas un hombre es rico.
Con cien monedas se puede vivir tranquilo.
Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.
“Doce años es mucho tiempo”, pensó.
Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello.
Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero.
¡Era demasiado tiempo!
Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comida todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender...Vender...Vender...
Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno?
¿Para qué más de un par de zapatos?
Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.
El rey y el sabio, volvieron al palacio.
El paje había entrado en el círculo del 99...
...Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche.
Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando y de pocas pulgas..—¿Qué te pasa? –preguntó el rey de buen modo.
—Nada me pasa, nada me pasa.
—Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
—Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente.
No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.
7.2.10
Poesias VIII:Soneto Monovocalico con la A
MIGUEL DE CERVANTES
Il Fantastico Cavaliere don Chisciotte della Mancha
Sfasata ha l'alma, stramba la baldanza
ma a far la catafratta s'arrabatta:
dà la barda al caval, raccatta latta...
Dalla campagna va a cavar la ganza:
l'acclama dama, l'ama, n'ha mancanza;
brama jamás carnal, sballata, astratta...
Panza sará all'andar la spalla adatta:
fará la tara a tanta stravaganza.
Da Salamanca a Malaga a Granada,
la Spagna dal marran saprá affrancar;
abbassa l'asta, abbranca l'alta spada:
la larga pala gran manata par!
Placata la mattana (mal aggrada),
alla Mancha natal s'avrà da star.
_____________________
Desfasada tiene el alma, inaudito el arrojo,
pero se arrebata a tomar la armadura:
pone la albarda al caballo, recoge la hojalata…
al campo va a buscar la amada:
la nombra dama, el ama, siente su ausencia;
brama “jamás carnal”, desequilibrada, abstracta…
Panza será en la andadura el sostén adecuado:
compensará tanta extravagancia.
De Salamanca a Málaga, a Granada,
la España, del musulmán sabrá redimir,
baja el asta, blande la alta espada:
¡la larga pala con gran cuadrilla se enfrenta!
Alejado el aburrimiento (mal agrada),
en su Mancha natal deberá obrar.
(Selección y traducción de Josep M. Albaigès, BCN, ene 06)
Extraido de All’alba Shahrazad andrà ammazzata, de Giuseppe Varaldo, una increíble colección de sonetos monovocálicos, en varios idiomas.
http://www.albaiges.com/eulogologia/lipogramas/sonetosmonovocalicos.htm
Il Fantastico Cavaliere don Chisciotte della Mancha
Sfasata ha l'alma, stramba la baldanza
ma a far la catafratta s'arrabatta:
dà la barda al caval, raccatta latta...
Dalla campagna va a cavar la ganza:
l'acclama dama, l'ama, n'ha mancanza;
brama jamás carnal, sballata, astratta...
Panza sará all'andar la spalla adatta:
fará la tara a tanta stravaganza.
Da Salamanca a Malaga a Granada,
la Spagna dal marran saprá affrancar;
abbassa l'asta, abbranca l'alta spada:
la larga pala gran manata par!
Placata la mattana (mal aggrada),
alla Mancha natal s'avrà da star.
_____________________
Desfasada tiene el alma, inaudito el arrojo,
pero se arrebata a tomar la armadura:
pone la albarda al caballo, recoge la hojalata…
al campo va a buscar la amada:
la nombra dama, el ama, siente su ausencia;
brama “jamás carnal”, desequilibrada, abstracta…
Panza será en la andadura el sostén adecuado:
compensará tanta extravagancia.
De Salamanca a Málaga, a Granada,
la España, del musulmán sabrá redimir,
baja el asta, blande la alta espada:
¡la larga pala con gran cuadrilla se enfrenta!
Alejado el aburrimiento (mal agrada),
en su Mancha natal deberá obrar.
(Selección y traducción de Josep M. Albaigès, BCN, ene 06)
Extraido de All’alba Shahrazad andrà ammazzata, de Giuseppe Varaldo, una increíble colección de sonetos monovocálicos, en varios idiomas.
http://www.albaiges.com/eulogologia/lipogramas/sonetosmonovocalicos.htm
Cuentos VIII: El cruce del Río (Jorge Bucay)
Había una vez dos monjes zen que caminaban por el bosque de regreso al monasterio. Cuando llegaron al río, vieron a una mujer que lloraba en cuclillas cerca de la orilla. Era joven y atractiva.
-¿Qué te sucede? -le preguntó el más anciano.
-Mi madre se muere. Está sola en casa, al otro lado del río, y yo n puedo cruzar. Lo intenté -siguió la joven-, pero la corriente me arrastró y no podré llegar nunca al otro lado sin ayuda. Pensé que no la volvería a ver con vida. Pero ahora... Ahora que habéis aparecido vosotros, alguno de los dos podrá ayudarme a cruzar...
-Ojalá pudiéramos -se lamentó el más joven-. Pero la única manera de ayudarte sería cargarte a través del río y nuestros votos de castidad nos impiden todo contacto con el sexo opuesto. Lo tenemos prohibido... Lo siento.
-Yo también lo siento -dijo la mujer. Y siguió llorando.
El monje más viejo se arrodilló, bajó la cabeza y dijo: «Sube».
La mujer no podía creerlo, pero con rapidez tomó su hatillo de ropa y subió a horcajadas sobre el monje.
Con bastante dificultad, el monje cruzó el río, seguido por el joven.
Al llegar al otro lado, la mujer descendió y se acercó al anciano monje con intención de besar sus manos.
-Está bien, está bien -dijo el viejo retirando sus manos-, sigue tu camino.
La mujer se inclinó con gratitud y humildad, recogió sus ropas y corrió por el camino hacia el pueblo.
Los monjes, sin decir palabra, retomaron su marcha al monasterio. Aún les quedaban diez horas de caminata...
Poco antes de llegar, el joven le dijo al anciano: «Maestro, vos sabéis mejor que yo de nuestro voto de abstinencia. No obstante, cargasteis sobre vuestros hombros a aquella mujer a través de todo lo ancho del río».
-Yo la llevé a través del río, es cierto. Pero, ¿qué te pasa a ti que todavía la cargas sobre tus hombros?
-¿Qué te sucede? -le preguntó el más anciano.
-Mi madre se muere. Está sola en casa, al otro lado del río, y yo n puedo cruzar. Lo intenté -siguió la joven-, pero la corriente me arrastró y no podré llegar nunca al otro lado sin ayuda. Pensé que no la volvería a ver con vida. Pero ahora... Ahora que habéis aparecido vosotros, alguno de los dos podrá ayudarme a cruzar...
-Ojalá pudiéramos -se lamentó el más joven-. Pero la única manera de ayudarte sería cargarte a través del río y nuestros votos de castidad nos impiden todo contacto con el sexo opuesto. Lo tenemos prohibido... Lo siento.
-Yo también lo siento -dijo la mujer. Y siguió llorando.
El monje más viejo se arrodilló, bajó la cabeza y dijo: «Sube».
La mujer no podía creerlo, pero con rapidez tomó su hatillo de ropa y subió a horcajadas sobre el monje.
Con bastante dificultad, el monje cruzó el río, seguido por el joven.
Al llegar al otro lado, la mujer descendió y se acercó al anciano monje con intención de besar sus manos.
-Está bien, está bien -dijo el viejo retirando sus manos-, sigue tu camino.
La mujer se inclinó con gratitud y humildad, recogió sus ropas y corrió por el camino hacia el pueblo.
Los monjes, sin decir palabra, retomaron su marcha al monasterio. Aún les quedaban diez horas de caminata...
Poco antes de llegar, el joven le dijo al anciano: «Maestro, vos sabéis mejor que yo de nuestro voto de abstinencia. No obstante, cargasteis sobre vuestros hombros a aquella mujer a través de todo lo ancho del río».
-Yo la llevé a través del río, es cierto. Pero, ¿qué te pasa a ti que todavía la cargas sobre tus hombros?
1.2.10
Poesias VII: Gustavo Adolfo Bécquer
RIMA LIII
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!
9.1.10
Cuentos VII: El Reloj Parado a las Siete (Giovanni Papini)
"En una de las paredes de mi cuarto hay colgado un hermoso reloj antiguo que ya no funciona. Sus manecillas, detenidas desde casi siempre, señalan imperturbables la misma hora: las siete en punto.
Casi siempre, el reloj es sólo un inútil adorno sobre una blanquecina y vacía pared. Sin embargo, hay dos momentos en el día, dos fugaces instantes, en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix.
Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares, y los cucús y los gongs de las máquinas hacen sonar siete veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces al día, por la mañana y por la noche, el reloj se siente en completa armonía con el resto del mundo.
Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección... Pero, pasado ese instante, cuando los demás relojes callan su canto y las manecillas continúan su monótono camino, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que una vez detuvo su andar.
Y yo amo ese reloj. Y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez siento que me parezco más a él.
También yo estoy detenido en un tiempo. También yo me siento clavado e inmóvil. También yo soy, de alguna manera, un adorno inútil en una pared vacía.
Pero disfruto también de fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora.
Durante ese tiempo siento que estoy vivo. Todo está claro y el mundo se vuelve maravilloso. Puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todo el resto del tiempo. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable.
La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como mi amigo el reloj, también se me escapa el tiempo de los demás.
Pasados esos momentos, los demás relojes, que anidan en otros hombres, continúan su giro, y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar, que acostumbro a llamar vida.
Pero sé que la vida es otra cosa.
Yo sé que la vida, la de verdad, es la suma de aquellos momentos que, aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía del universo.
Casi todo el mundo, pobre, cree que vive.
Solo hay momentos de plenitud, y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir para siempre, quedarán condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianidad.
Por eso te amo reloj. Porque somos la misma cosa tú y yo."
Casi siempre, el reloj es sólo un inútil adorno sobre una blanquecina y vacía pared. Sin embargo, hay dos momentos en el día, dos fugaces instantes, en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix.
Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares, y los cucús y los gongs de las máquinas hacen sonar siete veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces al día, por la mañana y por la noche, el reloj se siente en completa armonía con el resto del mundo.
Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección... Pero, pasado ese instante, cuando los demás relojes callan su canto y las manecillas continúan su monótono camino, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que una vez detuvo su andar.
Y yo amo ese reloj. Y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez siento que me parezco más a él.
También yo estoy detenido en un tiempo. También yo me siento clavado e inmóvil. También yo soy, de alguna manera, un adorno inútil en una pared vacía.
Pero disfruto también de fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora.
Durante ese tiempo siento que estoy vivo. Todo está claro y el mundo se vuelve maravilloso. Puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todo el resto del tiempo. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable.
La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como mi amigo el reloj, también se me escapa el tiempo de los demás.
Pasados esos momentos, los demás relojes, que anidan en otros hombres, continúan su giro, y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar, que acostumbro a llamar vida.
Pero sé que la vida es otra cosa.
Yo sé que la vida, la de verdad, es la suma de aquellos momentos que, aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía del universo.
Casi todo el mundo, pobre, cree que vive.
Solo hay momentos de plenitud, y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir para siempre, quedarán condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianidad.
Por eso te amo reloj. Porque somos la misma cosa tú y yo."
Poesias VI: Soneto Monovocalico con la E
CHARLES BAUDELAIRE
Les fleurs du mal
Les sens blessés en vers je represente,
Et les tendresses, le Spleen, le Temps, les crèves...
Le regret de l’Eden empeste mes rêves,
L’énervement de l’être me regente,
Et, vers l’Enfer en terre extrême descente,
les excés effrenés enlèvent mes sèves;
L’ether dessèche et gèle le vent des grèves:
Même l'éphémére péché d’emblée me tente
Et lestement me rend désespéré!
De l’éternelle Géhenne les détresses
Mes frêles vertèbres ébrèchent: j’en reste lésé...
Je mets ensemble el mêle les belles tresses,
Le Rebelle, le Serpent, le vert Léthé,
Je célèbre les femmes et les déesses!
____________________________
Los sentidos heridos en verso represento,
y las ternuras, el spleen, el tiempo, los estallidos…
El lamento del Edén apesta mis sueños,
el enervamiento del ser me rige.
Y, bajo el infierno en extremo descenso,
los excesos desordenados levantan mis fuerzas;
el éter deseca y hiela el viento de las playas:
incluso el efímero pecado del asalto me tienta.
¡Y diestramente me vuelve desesperado!
De la eterna Gehenna las angustias,
mis frágiles vértebras se mellan: resulto así lesionado…
Pongo juntos y mezclo las bellas trenzas,
el Rebelde, la Serpiente, el verde Leteo,
¡celebro las mujeres y las diosas!
(Selección y traducción de Josep M. Albaigès, BCN, ene 06)
Extraido de All’alba Shahrazad andrà ammazzata, de Giuseppe Varaldo, una increíble colección de sonetos monovocálicos, en varios idiomas.
http://www.albaiges.com/eulogologia/lipogramas/sonetosmonovocalicos.htm
Les fleurs du mal
Les sens blessés en vers je represente,
Et les tendresses, le Spleen, le Temps, les crèves...
Le regret de l’Eden empeste mes rêves,
L’énervement de l’être me regente,
Et, vers l’Enfer en terre extrême descente,
les excés effrenés enlèvent mes sèves;
L’ether dessèche et gèle le vent des grèves:
Même l'éphémére péché d’emblée me tente
Et lestement me rend désespéré!
De l’éternelle Géhenne les détresses
Mes frêles vertèbres ébrèchent: j’en reste lésé...
Je mets ensemble el mêle les belles tresses,
Le Rebelle, le Serpent, le vert Léthé,
Je célèbre les femmes et les déesses!
____________________________
Los sentidos heridos en verso represento,
y las ternuras, el spleen, el tiempo, los estallidos…
El lamento del Edén apesta mis sueños,
el enervamiento del ser me rige.
Y, bajo el infierno en extremo descenso,
los excesos desordenados levantan mis fuerzas;
el éter deseca y hiela el viento de las playas:
incluso el efímero pecado del asalto me tienta.
¡Y diestramente me vuelve desesperado!
De la eterna Gehenna las angustias,
mis frágiles vértebras se mellan: resulto así lesionado…
Pongo juntos y mezclo las bellas trenzas,
el Rebelde, la Serpiente, el verde Leteo,
¡celebro las mujeres y las diosas!
(Selección y traducción de Josep M. Albaigès, BCN, ene 06)
Extraido de All’alba Shahrazad andrà ammazzata, de Giuseppe Varaldo, una increíble colección de sonetos monovocálicos, en varios idiomas.
http://www.albaiges.com/eulogologia/lipogramas/sonetosmonovocalicos.htm
Cuentos VI: Un Relato Sobre Amor (Jorge Bucay)
Se trata de dos hermosos jóvenes que se pusieron de novios cuando ella tenía trece y él dieciocho. Vivían en un pueblito de leñadores situado al lado de una montaña. Él era alto, esbelto y musculoso, dado que había aprendido a ser leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos celestes, hermosos y maravillosos..
La historia cuenta que habían noviado con la complicidad de todo el pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés, el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran.
Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa relación.
Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho de estar juntos. Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su profundo amor. Pensó hacerle un regalo que significara esto. Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un pulóver tejido tampoco la convencía, pues ya le había tejido pulóveres en otras oportunidades; una comida no era suficiente agasajo...
Decidió bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar por las calles. Sin embargo, por mucho que caminara no encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la fecha del aniversario.
Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Entonces recordó que había un solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso. Se trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza, que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, lo lustraba, le daba un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche.
Ella pensó: "Que maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj." Entró a preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar. Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía esperar tanto.
Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para esto. Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con un cartel que decía: "Se compra pelo natural". Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar.
El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la peluquera:
- Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, ¿usted me lo compraría?
- Seguro - fue la respuesta.
- Entonces en tres días estaré aquí.
Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada.
El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo.
Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su
casa, cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en que él solía regresar.
A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza. Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo.
Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no estaba. La caja contenía dos enormes peinetones que él había comprado... vendiendo el reloj de oro del abuelo.
Si ustedes creen que el amor es sacrificio, por favor, no se olviden de esta historia. El amor no está en nosotros para sacrificarse por el otro, sino para disfrutar de su existencia.
La historia cuenta que habían noviado con la complicidad de todo el pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés, el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran.
Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa relación.
Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho de estar juntos. Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su profundo amor. Pensó hacerle un regalo que significara esto. Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un pulóver tejido tampoco la convencía, pues ya le había tejido pulóveres en otras oportunidades; una comida no era suficiente agasajo...
Decidió bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar por las calles. Sin embargo, por mucho que caminara no encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la fecha del aniversario.
Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Entonces recordó que había un solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso. Se trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza, que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, lo lustraba, le daba un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche.
Ella pensó: "Que maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj." Entró a preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar. Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía esperar tanto.
Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para esto. Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con un cartel que decía: "Se compra pelo natural". Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar.
El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la peluquera:
- Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, ¿usted me lo compraría?
- Seguro - fue la respuesta.
- Entonces en tres días estaré aquí.
Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada.
El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo.
Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su
casa, cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en que él solía regresar.
A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza. Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo.
Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no estaba. La caja contenía dos enormes peinetones que él había comprado... vendiendo el reloj de oro del abuelo.
Si ustedes creen que el amor es sacrificio, por favor, no se olviden de esta historia. El amor no está en nosotros para sacrificarse por el otro, sino para disfrutar de su existencia.
Poesias V: Soneto Monovocálico con la I
TITO LUCREZIO CARO
De rerum natura
In libri ricchi, di psichismi intrisi,
ci dissígilli il vin d'insigni viti:
finissimi, invisibili, infiniti
gl'inscindibili limiti indivisi...
In idi si difficili, di crisi,
di dissidi civili, intrighi, liti,
i divi minimizzi, infici i miti,
critichi chi mistifichi, chi svisi
gl'imi indizi di fisici rinvü
implicíti in sinistri, in cirri, in sismi.
Gl'istinti, i vizi, gl'intimi disii
dici insiti in rigidi chimismi:
il “avir” li disciplini in crismi pii!
Vividi timbri, místici lirismi...
___________________________
En libros ricos, de psiquismo empapados,
se abre el vino de insignes vides:
finísimos, invisibles, infinitos
los inseparables límites indivisos…
en idus ora difíciles, de crisis,
de desidias civiles, intrigas, pleitos,
los divos minimizados, inválidos los mitos,
críticos que mistifican, que alteran
los profundos indicios de los físicos reenvíos
implícitos en siniestros, en rizos, en sismos.
Los instintos, los vicios, los íntimos deseos
dichos innatos en rígidas químicas:
¡el “varón” lo disciplina en aprobaciones pías!
Vívidos timbres, místicos lirismos…
(Selección y traducción de Josep M. Albaigès, BCN, ene 06)
Extraido de All’alba Shahrazad andrà ammazzata, de Giuseppe Varaldo, una increíble colección de sonetos monovocálicos, en varios idiomas.
http://www.albaiges.com/eulogologia/lipogramas/sonetosmonovocalicos.htm
De rerum natura
In libri ricchi, di psichismi intrisi,
ci dissígilli il vin d'insigni viti:
finissimi, invisibili, infiniti
gl'inscindibili limiti indivisi...
In idi si difficili, di crisi,
di dissidi civili, intrighi, liti,
i divi minimizzi, infici i miti,
critichi chi mistifichi, chi svisi
gl'imi indizi di fisici rinvü
implicíti in sinistri, in cirri, in sismi.
Gl'istinti, i vizi, gl'intimi disii
dici insiti in rigidi chimismi:
il “avir” li disciplini in crismi pii!
Vividi timbri, místici lirismi...
___________________________
En libros ricos, de psiquismo empapados,
se abre el vino de insignes vides:
finísimos, invisibles, infinitos
los inseparables límites indivisos…
en idus ora difíciles, de crisis,
de desidias civiles, intrigas, pleitos,
los divos minimizados, inválidos los mitos,
críticos que mistifican, que alteran
los profundos indicios de los físicos reenvíos
implícitos en siniestros, en rizos, en sismos.
Los instintos, los vicios, los íntimos deseos
dichos innatos en rígidas químicas:
¡el “varón” lo disciplina en aprobaciones pías!
Vívidos timbres, místicos lirismos…
(Selección y traducción de Josep M. Albaigès, BCN, ene 06)
Extraido de All’alba Shahrazad andrà ammazzata, de Giuseppe Varaldo, una increíble colección de sonetos monovocálicos, en varios idiomas.
http://www.albaiges.com/eulogologia/lipogramas/sonetosmonovocalicos.htm
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